¿Tienes
preocupaciones excesivas? ¿Te preocupas con más frecuencia de la que
desearías?. Imagino que habrás contestado que sí a las dos preguntas
anteriores. No sé si por suerte o por desgracia, pero hoy en día todos tenemos
demasiadas preocupaciones, incluso algunas veces podemos sentirnos desbordados
por ellas, y sin tiempo para nosotros.
No voy a hablar aquí de
esas preocupaciones normales por cuidar nuestra salud, por conseguir y mantener
un puesto de trabajo, por sacar adelante todas esas asignaturas de las que nos
hemos matriculado, o por intentar ser un poco más felices.
Quiero referirme a esos pensamientos que se nos meten en la cabeza y no hay quien se libere de ellos. Esos pensamientos insistentes que nos vienen a la cabeza sin saber por qué, sin desearlo y sin poder evitarlo, a pesar de saber que son absurdos e irracionales.
Esas ideas o pensamientos insistentes que dominan a la persona, al menos de manera intermitente, a pesar de que ella lo considera absurdo e injustificado, se conocen en el campo de la Psicología como “obsesiones”.
Las obsesiones tienen que ver con los temas más variados, pero por citar algunas me referiré a las siguientes:
- Miedo a la enfermedad, la persona piensa que puede contraer una enfermedad al estrechar la mano de cualquiera, que puede contagiarse de alguna enfermedad incurable.
- Dudas repetitivas, preguntarse a uno mismo si ha realizado un acto en concreto, por ejemplo pensar que se ha atropellado a alguien con el coche, dudarlo y tener que mirar hacia atrás una y otra vez. Otro ejemplo, la sensación de haber olvidado cerrar la puerta con llave teniendo que comprobarlo una y otra vez con la consecuente pérdida de tiempo que ello supone.
- Necesidad de disponer las cosas según un orden determinado, sentir intenso malestar ante objetos desordenados.
- Sensación de ir a tener un impulso de carácter agresivo, por ejemplo miedo de ir a herir a un niño o a gritar obscenidades en una iglesia.
Estos pensamientos o imágenes no constituyen simples preocupaciones por problemas de la vida cotidiana real, no son inquietudes por dificultades de un momento determinado, son mucho más.
Estos pensamientos que se imponen a la persona suelen ser de carácter negativo, de una u otra forma, dicen a quien los padece que algo malo puede sucederle. Para anular o al menos neutralizar el efecto de estos pensamientos suele hacerse algo, suele realizarse una conducta que viene prácticamente impuesta por la ansiedad que generan esos pensamientos.
La conducta que se realiza para eliminar el malestar que produce ese tipo de pensamientos (obsesiones), se denomina “compulsión”.
A estas acciones se les atribuye un carácter casi mágico. Uno puede llegar a pensar que si no se realiza la conducta, entonces se cumplirá ese temor que nos tiene obsesionados.
Si la persona consigue acabar con esa idea que le ha abordado (por ejemplo, se dice a sí mismo que es una tontería y se pone a pensar en otra cosa), tal vez ese pensamiento deje de tener importancia. Pero si se repite y la persona no logra controlarlo, lo más probable es que inicie una conducta que en cierto modo la proteja de lo que ha pensado.
La importancia de las obsesiones, dependerá del grado en que afecte a la vida cotidiana de la persona. Así, si alguien tiene miedo a contraer una enfermedad y deja de salir, evita relacionarse con los demás o abandona el trabajo, nos encontramos ante una obsesión bastante grave. En este caso es muy probable que esa persona haya iniciado una serie de conductas que repite de manera ritualizada y que sirven para que la persona se sienta menos molesta con sus pensamientos.
¿Qué hacer?, nunca tirar la toalla, este trastorno es de los más duros para la persona que lo padece y para los que están a su alrededor. Hay que restar importancia a los pensamientos que se imponen una y otra vez e intentar no realizar la conducta que sigue a dichos pensamientos. La solución no es algo sencillo y requiere mucho tiempo. Es posible que incluso tras el tratamiento adecuado, la persona tenga que seguir poniendo en práctica las estrategias que ha aprendido para que el problema no vuelva a aparecer.
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COMPRA COMPULSIVA
En la era de la productividad, la eficiencia y la eficacia, cada vez se oyen más frases como: "a mí las depresiones se me pasan comprando" o "trabajo tanto que no tengo tiempo ni de pensar". Parecen huidas, mecanismos de defensa, a veces inconscientes, para evadirse de la propia realidad, pero muy utilizados, quizá demasiado.
Este es un mundo de tecnología y ciencia, donde cada vez hay más respuestas, y donde se hace muy difícil soportar la propia incertidumbre. Existe una constante presión social a mostrarse fuerte y a mantener el tipo ante los demás, sin permitirse la manifestación de cualquier tipo de duda normal en el ser humano.
Actividad frenética, prisas y más prisas, siempre hay que estar muy ocupado, produciendo, sin pararse a pensar, sin perder el tiempo paseando o charlando con los amigos. Lo que importa es el presente, no dejar pasar la oportunidad. El futuro lleno de incertidumbre, no se ve claro, por lo cual no se piensa en él. Se resta importancia a las ilusiones, y todo lo que no sea producir, ganar o tener, pasa a un segundo plano.
La persona, se siente pequeña en un mundo tan grande. Con la sensación o certeza, de que nadie es imprescindible, nadie es necesario, ¿qué hacer para salir de ese anonimato?.
Algunas personas lo hacen comprando de manera desproporcionada. Recuerdo la frase de una paciente, "me siento vacía por dentro, pues me lleno de cosas". Y lo decía sinceramente. Al principio compraba por evadirse, por no pensar en la vida que estaba llevando, por olvidar las dificultades que iban surgiendo. Empezaba comprando cosas necesarias, luego innecesarias y casi lo hacía sin darse cuenta, cuando llegaba a casa cargada de paquetes casi se sorprendía de haber comprado tanto, pero siguió haciéndolo. Luego compraba por buscar aprobación social. Tener un jersey maravilloso, unos pendientes estupendos, un gran coche ¿para qué?, "para que me miren, para que quieran acercarse a mí con admiración y cariño, para que quieran estar conmigo". Restaba importancia a la conversación, la compañía, la complicidad personal, y el valor de todo esto, lo depositaba sobre unos objetos materiales que rápidamente pierden su cualidad de ilusionar y tienen que ser sustituidos por otros empezando nuevamente el ciclo. Porque nuestra amiga llega a pensar realmente, que sin esos objetos maravillosos, nadie querría acercarse a ella.
Teresa, sin embargo, no compraba nada para ella. Iba incluso con un aspecto descuidado, pero llenaba de objetos, muchas veces innecesarios, a las personas que tenía a su alrededor. "que a ellos no les falte de nada, mi compañía no vale mucho, no tengo demasiada cultura ni experiencias interesantes que compartir, pero a ellos que no les falte de nada". Son formas equivocadas de buscar atención, que provocan frustración cuando no se logra, en la mayoría de los casos, el objetivo deseado: "Qué desagradecida es mi hija, con lo que yo me sacrifico por ella y fíjate lo mal que se porta conmigo". Y lo que es peor, a pesar de esta conclusión, la conducta de comprar vuelve a repetirse una y otra vez.
Ante una situación de nervios, preocupación, tristeza, soledad, tras una discusión importante, o ante un fracaso, se piensa en comprar, como la única manera de escapar a esa sensación desagradable.
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